La vida de toda persona se asemeja a un negativo claroscuro compuesto de luces y sombras. Pío R. Lledó no fue una excepción, pero sus luces redimen con creces a sus sombras. Huérfano de padre desde su nacimiento, allá por 1930, padeció una infancia y adolescencia de graves carencias materiales y afectivas causadas por lo estragos de la cruel guerra civil española y por la situación desesperada de una madre sola -su padre, Genaro, valenciano, era maestro nacional por oposición destinado en Sevilla, y ella, Apolonia, era murciana- a cargo de tres niños, de los cuales, Pío era el más pequeño.
A pesar de ello, siempre lo acompañó una gran afición por la pintura, la lectura, el teatro y, finalmente, por la fotografía. Aficiones que cultivó y mantuvo a lo largo de su vida, sobre todo la fotografía que, en aquellos años sesenta del siglo pasado, resultaba ser una afición muy costosa para una economía familiar apretada, por lo que se vio obligado a financiarla con esporádicos reportajes de bautizos, cumpleaños, comuniones o bodas.
Autodidacta alimentado por una curiosidad y voluntad inagotables aprendió los rudimentos de la mirada fotográfica y del revelado de negativos y su positivado. Nunca formó parte de círculos fotográficos, escuelas o tendencias de época. Fue un aficionado intuitivo y singular en todo lo que hizo y conformó una colección de miradas a su alrededor que lo hacen único y vivo.
Tenía alma de artista. Mi padre.
Mi padre con 39 años
¡Y ahí queó!
No hay comentarios:
Publicar un comentario