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jueves, 1 de febrero de 2024

1969. Vida familiar.

Vivíamos en un piso muy pequeño del barrio de San Marcos. Tan pequeño que yo dormía en una cama plegable que se abría en el salón cuando la carta de ajuste aparecía poniendo fin a la emisión diaria de TVE. 

 


 

 

 

Las mañanas del fin de semana o en vacaciones de navidad aprovechaba para hacer los deberes del cole en la cama, antes de que mi madre arreglara la casa, costumbre que mantuve incluso ya de mayor; lo de trabajar en la cama, se entiende. La máquina de coser Singer, que aparece a la derecha, estaba presente en muchos hogares de aquellos años.







 

Después, se trasladaba un poco la mesa y el salón volvía a hacer sus funciones de comedor y sala de estar. En aquellos años, los aparadores con espejos y las vajillas de duralex eran habituales en la casas de los barrios populares de Sevilla.

 

 

 

El aparato de televisión ocupaba un lugar central en la familia que podía adquirirla a base de firmar letras y letras que tardaban años en pagarse. Las muñecas, los velones y los ramos de flores de plástico decoraban salones, junto a los pocos muebles buenos que se habían heredado.

 


 

 

 

 

Cuando venían visitas, como no cabía ni un sofá, se tenían que sentar en sillas a la vera de la mesa camilla.







 

 

 

A pesar de las estrecheces, siempre había espacio para montar el portal de Belén y el árbol de Navidad. Eso sí, el único sitio disponible era el aparador de la casa.








 

 

Curiosa foto realizada en la calle.










Un autorretrato mi padre en el rinconcito del salón. La mesa camilla tiene calefacción a base de cisco picón. Al fondo la puerta de la cocina tras la que se observa aún la mampostería de los antiguos fogones de carbón o leña. Las casas, cuanto más pequeñas más espejos tenían. Así podían agrandar, aunque solo fuera visualmente, el poco espacio de que disponían.

sábado, 4 de marzo de 2023

Navidad en el cole. 1970

 

 

En diciembre de 1969, decorábamos nuestra clase del colegio La Salle-La Purísima, de la calle San Luis, para celebrar las fiestas navideñas.




 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

Reyes Magos y juguetes. 1970

 

En 1970, los Reyes Magos dejaban regalos a los niños del barrio de San Marcos, aunque no tan numerosos ni tan caros como los de ahora. No obstante, las ilusiones infantiles eran las mismas o, quizás, más, porque para muchas familias era un verdadero milagro realizar ese sacrificio económico, y los niños y niñas nos contentábamos con dos o tres sorpresas reales: escopetas, sombreros vaqueros, muñecas, cocinitas, juego de bolos de plástico, coches de hojalata, cajas de lápices de colores, cuentos o espadas del Zorro, poblaban los sueños de aquellos años.








Añorábamos también la bicicleta, el coche mecánico o el teledirigido, pero no siempre llegaban y había que aguantarse hasta el año próximo si nos portábamos igual de bien.








A veces, incluso llegaban sorpresas que no se habían pedido ni se esperaban. Y se nos quedaba la cara muda de sorpresa cuando nos avisaban de que en la casa de un tito, una cuñada o un vecino, los Reyes Magos nos habían dejado algún regalo.








Y lo mejor era cuando juntábamos juguetes distintos para crear uno mejor, como este Meccano de la época que servía de vehículo para que el Madelman explorador viviera aventuras infinitas encima de la mesa de formica, frente a una sempiterna televisión encendida que emitía la interminable novela de las tardes invernales de Colacao y picatostes.