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sábado, 30 de noviembre de 2024

Derribos. Verano de 1973.

 

A principios de los años setenta del siglo pasado abundaban los solares y los derribos en el centro histórico de Sevilla. Desconocemos por qué razón el fotógrafo aficionado los retrata. Quizás para darles una naturaleza artística, quizás para mostrar esa parte de la ciudad que nadie quiere ver. Tal vez, la metáfora visual de un régimen que se estaba cayendo o de una vida que se resquebrajaba. En cualquier caso, de lo que no cabe duda es de su calidad como objeto artístico.

 


 

 



 

 

 












Autorretrato desenfocado. Mayo, 1973.

 

El fotógrafo aficionado realiza un autorretrato en su pequeño laboratorio instalado en el cuarto de baño de su casa familiar. Por su curiosa composición lo exponemos en esta entrada. ¿Quién no ha estado alguna vez desenfocado en su vida?


 


 

sábado, 14 de septiembre de 2024

Retrato de Manolito el Pitoche. 1972.

 

El barrio de San Marcos estaba poblado de personajes. Para el fotógrafo aficionado uno de los más entrañables era Manolito el Pitoche. Era apocado, poco hablador y buena persona. Lamentamos desconocer su historia en un barrio tan cargado de biografías dramáticas. Si no nos falla la memoria trabajaba como artesano en un pequeño taller que había frente a la puerta de la Capilla Servita en la entonces calle Santa Paula. Confeccionaba lámparas de cristales coloreados y latón que, por entonces, se vendían mucho. Aún pueden verse algunas en las puertas de capillas e iglesias en los días grandes de la Semana Santa. Este retrato nos resulta especialmente conmovedor porque, ante el fotógrafo aficionado, Manolito el Pitoche parece mostrarnos su alma. 

 


 

sábado, 24 de agosto de 2024

El laboratorio del fotógrafo aficionado en 1972.

 

En entradas anteriores ya mencionamos la importancia de disponer de un laboratorio de fotografía propio en estos años de principios de la década de los 70. El fotógrafo aficionado revelaba sus negativos y positivaba las copias en un espacio mínimo que estaba situado en el único cuarto de baño de la casa. Como podemos observar en la fotografía de más abajo, el orden era fundamental para aprovechar cada centímetro de espacio en el que disponer ampliadora, cubetas, líquidos y todos aquellos instrumentos que permitían al fotógrafo controlar todo el proceso de revelado y secado de las imágenes. 

Una forma de encarar la fotografía bien distinta a la actual: recordar la limitación que había entonces del número de tiradas, no como ahora que sacamos centenares de fotos sin tener en cuenta el gasto que suponía comprar carretes con 24 o 36 fotos, además del dominio del encuadre, del ajuste manual de enfoque y exposición, de conocer los tiempos adecuados para el revelado de negativos y copias, etc.

 




Obsérvese la ampliadora, las estanterías con líquidos diversos, tanques negros de revelado de negativos, luces rojas y blancas, probetas de medidas, cubetas, enchufes, rodillos..., y todo ello salpicado con fotos y estampas de diversas devociones.


martes, 28 de febrero de 2023

Un fotógrafo aficionado. 1970.

 

 

¿Cómo era posible montar un laboratorio de revelado de fotografías en un pequeño cuarto de baño? Pues era posible. La afición lo puede todo, a pesar de las dificultades para disponer las cubetas, la ampliadora, la luz roja, organizar los líquidos e instrumentos necesarios, además de contar con un sistema para oscurecerlo y no permitir la entrada en momentos claves del proceso, ya que podía arruinar el resultado. En muchas ocasiones, había que aguantarse las ganas porque la casa sólo disponía de ese pequeño cuarto de baño para toda la familia. La fotografía, desde luego, era un arte muy sacrificado por aquellos años.




Y no sólo para revelar las fotos, que para un niño era todo un misterio, sino para seleccionar bien qué fotografiar cuando cada carrete sólo disponía de 24 o 36 oportunidades para hacerlo y costaba un dinero que no siempre se tenía. No como ahora que se tiran centenares de fotos sin pensar. 

En este caso, seleccionamos algunas de una excursión familiar realizada a las ruinas de Itálica de Santiponce, muy dejadas de la mano de dios por aquellos años, pero que permitía un día de asueto campestre y, después, degustar unos huevos fritos con patatas y jamón en alguna de las humildes ventas que se encontraban a su alrededor.