viernes, 27 de junio de 2025

Epílogo II. Las dos fotos del final de una vida.

 

En el extenso archivo de negativos fotográficos, que comprende desde el año 1967 hasta principios de 1991 -más de 4.000, de los cuales unos 3.000 se han seleccionado para las casi 300 entradas que componen este blog-, dos fotos señalan el final de una afición, el final del fotógrafo aficionado, el final de una vida. 

La primera, la de su queridísima Virgen de las Aguas de la Hermandad del Museo. Su primera hermandad, su primera devoción, en cuyo paso llegó a salir de maniguetero para cambiar ese codiciado puesto por el de "pavero" -nazareno que va al cuidado de los pequeños monaguillos (pavos) que acompañan a la Virgen delante del paso- con el fin de estar con su hijo. Sin duda, uno de los más bonitos actos de amor y generosidad que tuvo a lo largo de su vida. Lo que motivó que ese pequeño monaguillo heredara su devoción por la Semana Santa de Sevilla en general, y por la Virgen de las Aguas y el Cristo de la Expiración, en particular.

 

 


 

La segunda, la Piedad Servita, la de Nuestra Señora de los Dolores y el Cristo de la Providencia, la foto de los titulares de la hermandad de su barrio de San Marcos, su otra devoción cofrade. Una hermandad, la de los Servitas, a la que acompañó desde su inicios hasta el fin de su vida, ya lejos del barrio, y de la que documentó, como hemos ido mostrando a lo largo de este blog, los primeros años de su existencia como cofradía. 

Pero, en este caso, la Piedad Servita simboliza, para el fotógrafo aficionado, el amor no sólo por su hermandad sino, también, el amor por su barrio, por sus vecinos, por sus amigos, por sus fiestas, por sus bares y tabernas, por la vida cotidiana que impregna y vivifica toda su producción fotográfica: la Sevilla de Pío Lledó, la de los barrios populares del centro histórico -San Marcos, San Julián, Santa Catalina...- la Sevilla de los años sesenta y setenta, una memoria gráfica que va de lo particular a lo general, de lo pequeño y humilde a lo más grande y eterno, una vida que queda así fijada y transmitida a las generaciones futuras por un simple fotógrafo aficionado, para que nunca la/o olvidemos.

Otro gran acto de amor y generosidad del que, seguramente, el fotógrafo aficionado nunca fue plenamente consciente a lo largo de su vida.


 


 

 

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