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domingo, 12 de marzo de 2023

Salida de la Hiniesta. 1968

 

En 1968, los pasos de la Hermandad de la Hiniesta hacen su estación de penitencia al mando de la familia Ariza.



 

 

 

El Cristo de la Buena Muerte, aún dentro de la iglesia de San Julián, procesiona en su antiguo paso de caoba oscura.












La Virgen de la Hiniesta espera también en la iglesia a que la cofradía inicie su estación de penitencia.

 

 

 

 

Los costaleros se preparan la ropa y se ayudan unos a otros para ajustársela.


 

 

 









 

 

Primera levantá del paso. Listos para salir.







 

Un pequeño nazareno también está preparado para la salida.

 


 

 

 

Sale con dificultad, por la ojiva de San Julián, el paso de Cristo, a las órdenes de José Ariza.






La Virgen de la Hiniesta empieza a salir por la estrechez de la puerta.






 

 

 

       ¡Ya está en la calle el paso de palio!












                          Rafael Ariza lo manda.


La Virgen ya viene de vuelta. Otro año más, el sueño se ha cumplido.



martes, 21 de febrero de 2023

Los Ariza. Semana Santa de 1968.

 

 

 

 

 

El gran capataz, Rafael Ariza, frente al paso antiguo del Cristo de la Buena Muerte de la Hermandad de la Hiniesta, poco antes de su salida de la parroquia de San Julián.








 

 

 

 

 

Rafael Ariza frente al paso de palio de la Virgen de la Hiniesta recién salida de la parroquia.







José Ariza atento a la difícil salida de la Virgen de la Hiniesta, en San Julián. El encuadre de la foto, el momento y los acompañantes son el exponente de toda una época.





Eran otros tiempos...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Año 1968. Costaleros profesionales. Sin tanto glamour ni poses, como algunos de los de ahora, esos del costal de diseño y encasquetado por debajo de los ojos. No tenían ningún poder en las hermandades. Se limitaban a hacer bien su trabajo y cobrar la corría. Honestos, humildes y dignos como pocos.

 






Semana Santa de 1968. Semana Santa también de las tabernas de barrio, cuando a los "gastrobares" ni se les esperaba. Sin turistas ni forasteros, pero con parroquianos asiduos como este feligrés de la taberna El Disloque de San Marcos.