lunes, 30 de junio de 2025

Agradecimientos.

 

 

A mi mujer, Angustias Chía Trigos, sin cuyo impulso, ánimo y ayuda continuos hubiera sido imposible culminar esta obra tantos años postergada. Además, le pidió a los Reyes Magos que me echaran una digitalizadora de negativos, lo que facilitó enormemente la tarea.

 

Al extraordinario fotógrafo y amigo Jaime Rodríguez, por su asesoramiento y apoyo en algunos temas profesionales y que tuvo a bien la publicación, en el número 18 de la revista Nazarenos, de una foto de mi padre.

 

 

 

 

Y a mi padre, al que lamentablemente no supe reconocer en vida el extraordinario trabajo que realizó y su compromiso con el arte y la cultura popular, a pesar de las dificultades con las que tuvo que luchar desde que nació.

 

 

 

viernes, 27 de junio de 2025

Epílogo III. Pío Ramón Lledó Carpena.

 

La vida de toda persona se asemeja a un negativo claroscuro compuesto de luces y sombras. Pío R. Lledó no fue una excepción, pero sus luces redimen con creces a sus sombras. Huérfano de padre desde su nacimiento, allá por 1930, padeció una infancia y adolescencia de graves carencias materiales y afectivas causadas por lo estragos de la cruel guerra civil española y por la situación desesperada de una madre sola a cargo de tres niños, de los cuales, Pío era el más pequeño. Su padre, Genaro, valenciano, era maestro nacional por oposición destinado en Sevilla, y ella, Apolonia, era una joven murciana que enviudó antes de dar a luz.

A pesar de ello, siempre lo acompañó una gran afición por la pintura, la lectura, el teatro y, finalmente, por la fotografía. Aficiones que cultivó y mantuvo a lo largo de su vida, sobre todo la fotografía que, en aquellos años sesenta del siglo pasado, resultaba ser una afición muy costosa para una economía familiar apretada, por lo que se vio obligado a financiarla con esporádicos reportajes de bautizos, cumpleaños, comuniones o bodas.

Autodidacta alimentado por una curiosidad y voluntad inagotables aprendió los rudimentos de la mirada fotográfica y del revelado de negativos y su positivado. Nunca formó parte de círculos fotográficos, escuelas o tendencias de época. Fue un aficionado intuitivo y singular en todo lo que hizo y conformó una colección de miradas a su alrededor que lo hacen único y vivo.

Tenía alma de artista. Mi padre.

 

 





Mi padre con 39 años



¡Y ahí queó!

 

Epílogo II. Las dos fotos del final de una vida. Primavera, 1991.

 

En el extenso archivo de negativos fotográficos de Pío R. Lledó, que comprende desde el año 1967 hasta principios de 1991 -más de 4.000, de los cuales unos 3.000 se han seleccionado para las casi 300 entradas que componen este blog-, dos fotos señalan el final de una afición, el final del fotógrafo aficionado, el final de una vida. 

La primera, la de su queridísima Virgen de las Aguas de la Hermandad del Museo. Su primera hermandad, su primera devoción, en cuyo paso llegó a salir de maniguetero para cambiar ese codiciado puesto por el de "pavero" -nazareno que va al cuidado de los pequeños monaguillos (pavos) que acompañan a la Virgen delante del paso- con el fin de estar con su hijo. Sin duda, uno de los más bonitos actos de amor y generosidad que tuvo a lo largo de su vida. Lo que motivó que ese pequeño monaguillo heredara su devoción por la Semana Santa de Sevilla en general, y por la Virgen de las Aguas y el Cristo de la Expiración, en particular.

 

 


 

La segunda, la Piedad Servita, la de Nuestra Señora de los Dolores y el Cristo de la Providencia, la foto de los titulares de la hermandad de su barrio de San Marcos, su otra devoción cofrade. Una hermandad, la de los Servitas, a la que acompañó desde su inicios hasta el fin de su vida, ya lejos del barrio, y de la que documentó, como hemos ido mostrando a lo largo de este blog, los primeros años de su existencia como cofradía. 

Pero, en este caso, la Piedad Servita simboliza, para el fotógrafo aficionado, el amor no sólo por su hermandad sino, también, el amor por su barrio, por sus vecinos, por sus amigos, por sus fiestas, por sus bares y tabernas, por la vida cotidiana que impregna y vivifica toda su producción fotográfica: la Sevilla de Pío Lledó, la de los barrios populares del centro histórico -San Marcos, San Julián, Santa Catalina, Santa Marina, San Gil...- la Sevilla de los años sesenta y setenta, una memoria gráfica que va de lo particular a lo general, de lo pequeño y humilde a lo más grande y eterno, una vida que queda así fijada y transmitida a las generaciones futuras por un simple fotógrafo aficionado, para que nunca la/o olvidemos.

Otro gran acto de amor y generosidad del que, seguramente, el fotógrafo aficionado nunca fue plenamente consciente a lo largo de su vida.


 


 

 

Epílogo I. Las últimas fotos. 1991.

 

En la primavera de 1991 toma sus últimas fotos el fotógrafo aficionado. Recluido en su casa, registra una serie que documenta los escenarios donde transcurre su vida diaria. Quizás al ordenar pulcramente sus habitaciones y sus objetos personales trata de limitar el desconcierto de los últimos años de su vida. Un grito silencioso que busca la paz interior a falta de comprender su soledad y el abandono de sus dos grandes pasiones: la fotografía y la Semana Santa de Sevilla.

 

 


Premonitorio autorretrato del fotógrafo aficionado





 

 

 














 

 

 










A modo de altar familiar, el fotógrafo aficionado ordena su vida disponiendo los objetos como una forma mágica de encontrar sentido a toda una vida y en la que un pequeño monaguillo permanece ocupando un discreto rincón




Pero la realidad desnuda es mucho más prosaica que las disposiciones mágicas de objetos. Quizás, en sus fotos, el fotógrafo aficionado es capaz de no traicionarse ni mentirse, porque nadie sabrá nunca qué fantasmas, qué fotos imaginadas o qué fracasos amenazantes formaron parte del final de una vida dedicada a ver la realidad a través del visor de una cámara para recrearla, a gusto, en la oscuridad de su precario laboratorio fotográfico, único lugar, quizás, donde realmente se sentía plenamente realizado y feliz.




miércoles, 25 de junio de 2025

Mejores fotos de 1975 (y II).

 

 Finalizamos la selección de mejores fotos correspondientes al año 1975.








 

 

 





























Mejores fotos de 1975 (I).

 

Realizamos a continuación una selección de las mejores fotos tomadas durante el año 1975, justo hace cincuenta años.

 

 


 

 


 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 


 

 


 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

La tienda de Miguel. Abril, 1990.

 

De las últimas fotos tomadas por el fotógrafo aficionado seleccionamos dos, problablemente las de un amigo que regentaba una zapatería de la calle Puente y Pellón, en la primavera de 1990: la tienda de Miguel.