En las vísperas de la Semana Santa de 1968, el día que salía la Virgen de los Dolores Servita, los niños acudíamos ilusionados para acompañarla en su recorrido anual por el barrio de San Marcos. Por supuesto, en aquella Sevilla de finales de los 60, los niños que aún no habían cumplido once o doce años no vestían pantalones largos. Una costumbre que se perdería, definitivamente, décadas después.
Llevar un cirio entre amigos, jugar con la cera, formar parte de la comitiva procesional, era uno de los momentos más felices a los que un niño podía acceder en aquella Sevilla de calles mal iluminadas y tristonas que, a duras penas, se encaminaba a la modernidad.
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