viernes, 10 de enero de 2025

Los Reyes Magos en la Plaza de Santa Isabel. Enero, 1974.

 

En aquellos años, niños y niñas salíamos el día 6 de enero a la calle para jugar con lo que nos habían echado los Reyes Magos. Y teníamos que esperar hasta la Epifanía cuando los regalos aparecían por arte de magia la mañana de ese mismo día, una vez que la noche anterior habíamos comprobado cómo Sus Majestades recorrían Sevilla en la tradicional Cabalgata organizada por el Ateneo.

La ilusión de esas mañanas luminosas, aunque lloviera o hiciera frío, no se nos olvidará mientras vivamos. Y eso que lo que nos traían los Reyes de entonces no tenía nada que ver con la desmesura de regalos con la que desconcertamos hoy a los niños. Eran pocas cosas y humildes, aunque, a veces, nos podían sorprender con lo inesperado, como a los niños y niñas de más abajo que el fotógrafo aficionado retrató esa mañana en la Plaza de Santa Isabel con sus bicis nuevas.

Por aquella época Papá Noel ni estaba ni se le esperaba, por lo que todas las vacaciones de Navidad las pasábamos esperando ese maravilloso día. Hoy los psicólogos dirían que así nos educaban en la capacidad de retardar la recompensa, un factor esencial para formar el carácter, la resiliencia, el esfuerzo y la paciencia, claves para desarrollar la inteligencia emocional. Pero nuestros padres y madres no sabían nada de eso, solo aplicaban un sentido común que hoy, lamentablemente, se ha perdido en la educación familiar.

 



 

 

 

 

 






















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