lunes, 1 de septiembre de 2025

Fotografía del mes. Limpiabotas vs Kanfort. 1968.

 

Para este mes de septiembre, hemos elegido una foto que Pío R. Lledó tomó también un mes de septiembre pero del año 1968: un limpiabotas, algo adormilado, espera a los clientes en la Plaza de San Marcos, sentado entre el bar "La Alegría de San Marcos" -esquina con la calle Socorro- y una pequeña tienda que vendía prensa y chucherías -ambos ya desaparecidos- y cuyas revistas colgaba en la pared del caserón central de la plaza. Un buzón de correos parece servirle de último apoyo en caso de despiste. Y sorprende su atuendo, tan trajeado, para oficio tan humilde, aunque sin duda lo dignifica.

 

 


 

En la Sevilla de 1968 aún existía este noble oficio hoy ya desaparecido: el de limpiabotas. Hombres que se dedicaban a limpiar y dar brillo a los zapatos de los demás, ya que el uso del Kanfort aún no estaba muy extendido entre las clases populares. Y aquí hacemos un breve paréntesis de humor negro -con el debido respeto- para glosar la dramática justicia poética que se cobraron los limpiabotas, sin saberlo, frente al inventor del artilugio que, a la postre, acabaría con su oficio. Resulta que la famosa barra de crema limpiadora de zapatos -con esponjita incorporada en su extremo-, que empezó a comercializarse en España a mediados de los años 60, la inventó un andaluz, de Écija por más señas, Manuel González Scot-Glendowyn, a la sazón coronel de Estado Mayor retirado, mecenas y coleccionista de arte, sobre todo africano. Pues bien, Manuel González -que no quería que lo llamaran de don- y su esposa fueron violentamente asesinados en Jávea, donde veraneaban, a manos de su asistente nigeriano, en septiembre de 2002, parece que debido a un arrebato de locura. Una tragedia. Por cierto, resulta curioso saber que el matrimonio vivió varios años en San Roque (Cádiz) a cuyo museo donaron varias piezas del insigne imaginero D. Luis Ortega Bru. Cerramos paréntesis. 

El limpiabotas de nuestra foto sestea en la plaza de San Marcos sin saber que su oficio está condenado a desaparecer debido al invento de un compatriota. Por aquellos años, recuerdo que a los niños de la Sevilla popular nos hipnotizaban los limpia cuando ejercían su arte: su maestría en el uso de las cremas y el betún, el ágil movimiento de sus manos o el malabarista manejo de trapos y cepillos, a la vez que mantenían una animada conversación con el cliente. Unos virtuosos del brillo y de la información a pie de calle. Y, en domingos y fiestas de guardar, no escatimaban esfuerzos para dar lustre a zapatos de cualquier clase y condición a cambio de unas perrillas que llevar a la familia. Y por más humilde que fuera su trabajo este no estaba reñido con una apariencia digna y elegante.

En la actualidad, la plaza de San Marcos conserva las trazas de aquellos años 60, si bien, con notables diferencias. Más abajo reflejamos en fotos actuales, de 2025, el lugar exacto donde se sentaba nuestro limpiabotas.

 

 

En esta vemos cómo se conserva aún el buzón cilíndrico, si bien más separado de la pared y amarillo, donde se sentaba el limpia, acompañado de un nuevo hermano más oscuro. 

Al fondo a la derecha, haciendo esquina con la calle Socorro, se encontraba el bar de la Alegría de San Marcos. Por lo demás, el viejo caserón central ha sido remozado y el pavimento ha sido ampliado y dotado tímidamente de arbolado.

 



 
La instantánea del limpiabotas fue tomada por el fotógrafo aficionado desde el interior de la taberna El Disloque que se encontraba al comienzo de la calle Bustos Tavera. 
 
En la foto de la derecha podemos ver el negocio actual, una floristería, en el mismo lugar donde se ubicaba dicha taberna.


 

 

En fin, volviendo a nuestra foto del mes, ¿cómo podemos comparar el arte de un limpiabotas de entonces con la aplicación aburrida de la crema con esponjita de ahora? Por favor, es lo que tiene el progreso, que nunca avisa de lo que perdemos por el camino.

Y para los que crean que este oficio no era digno para los tiempos que corren, sólo basta recordar la dignidad con la que se ejercía entonces... y también ahora. Porque la elegancia y dignidad del limpiabotas no fue sólo un producto sevillano. Para demostrarlo les dejamos con un vídeo de otro elegante limpiabotas allende el océano. Curiosa coincidencia con nuestro trajeado limpia de San Marcos.

 





viernes, 8 de agosto de 2025

Fotografía del mes: Cruz de Guía. Noviembre de 1967.

 

Empezamos una nueva sección mensual dedicada a realizar comentarios de algunas fotos del fotógrafo aficionado con el fin de facilitar una mirada más reposada del pasado. Una mirada hacia atrás, sí, pero no con la intención de evocar nostalgia sino, justo al contrario, para hilar reflexiones sobre el presente y el futuro. Para mirar hacia delante.

Comenzamos con una foto correspondiente al año 1967.

 

 

Sevilla. Noviembre de 1967. Cruz de Guía de la procesión de gloria de la Virgen de la Soledad de la Hermandad de los Servitas adentrándose por la calle Enladrillada del barrio de San Román.

 

En aquel invierno de 1967 aún gobernaba Franco en España. Era oscuro invierno en todo el país. Por entonces, las calles del centro histórico de Sevilla aún no gozaban de buena iluminación. Quizás, por eso, mis recuerdos infantiles de aquellos inviernos suelen estar teñidos de oscuridad, humedad y frio; de charcos, adoquines y solares de tierra y jaramagos. Pero también recuerdo jugar a las bolas o a la lima en la tierra húmeda de los arriates de la Plaza de Santa Isabel, o al fútbol en la calle Vergara; de las rodillas siempre desolladas (malditos pantalones cortos), del olor de los impermeables de plástico azul plomizo que se vendían en la calle Cuna, de los zapatos Gorila de los Almacenes Lirola -con su pelota verde de regalo-, de las botas negras de goma para los días lluviosos, de los calcetines mojados a pesar de ellas y de comer los picatostes calentitos espolvoreados con azúcar y canela que hacía mi madre -los dos arrimados a la copa de cisco picón que se escondía bajo las faldas de la mesa camilla-; de las tardes haciendo los deberes mientras ella cosía escuchando la novela de la radio... En fin, aún con todo el frío y lo que llovía fuera, éramos felices o creíamos serlo, pese a las estrecheces; no sólo de estrecheces de calles como la de la foto, sino, sobre todo, económicas y sociales.

Hoy muchos temen una Semana Santa con poca gente en las calles, como nos muestra la foto elegida, y hacen todo lo posible por agrandarla, que no engrandecerla. Pero, a nosotros, niños de entonces, no nos importa porque ya la vivimos así en las décadas de los cincuenta y sesenta y setenta del siglo pasado; y la disfrutamos, por cierto. De ahí que, muchos, quizá los más viejos, no tengamos ningún miedo sino una resignada desazón justo por lo contrario, es decir, por la actual masificación y turistificación que sufre; por una Semana Santa concebida como parque temático, vendida al mejor postor y con graves pérdidas de lo que creo es su genuina significación religiosa, espiritual, identitaria y artística. Para los que nacimos en aquellos años, la Semana Santa es más una celebración personal e íntima que se vive en familia y rodeado de amigos y de gente, antes que un espectáculo mediático o de masas; sostenemos aún una visión provinciana, si lo quieren, pero, probablemente, más próxima a sus raíces y al sentido de la medida que toda celebración popular debe tener so pena de desnaturalizarse, mutar sin sentido y convertirse en algo incómodo e indeseable. La cantidad, en estos casos, suele ser enemiga de la calidad y de la excelencia. No hay más que ver en qué se ha convertido la TV para los que nacimos sin pantallas en nuestras casas.

Ahora se justifica cualquier salida procesional por su dimensión evangelizadora pero, sinceramente, parece cada vez más una excusa oportuna para alimentar el espectáculo o la propia vanidad (estrenos, bandas, flores, número de nazarenos...). Todo en demasía, incluso las lentejas, acaba hartando y perdiendo sabor. Oler demasiados perfumes seguidos acaba por anular el sentido del olfato. Antes que todo, cualquier salida cofrade debe ser más la afirmación del sentimiento de "hermandad", del sentido de pertenencia y ayuda mutua, de una comunión de hermanos y devotos, que un intento de convertir a los "gentiles" a una fe que, muchas veces, se agota en la propia cofradía, en el propio barrio, en la propia banda, en un consumo hueco de usar y tirar.

También es verdad que aquella Semana Santa tenía problemas, pero de otro tipo: oscurantismo, ignorancia, caciquismo, escasez de medios, mojigatería o hipocresía, entre otros. No todo pasado fue siempre mejor pero, algunos aspectos sí que lo eran, y sería afortunado poder recuperarlos. Aunque no tengamos mucha esperanza en ello, lamentablemente, porque vamos deprisa a no se sabe dónde.

Volviendo a la foto seleccionada, a finales de noviembre de 1967, haciendo honor a su advocación, la Soledad Servita iba casi sola bajo la fría y húmeda noche sevillana. Pero iba rodeada de sus hermanos, devotos y vecinos del barrio. Los faroles de la cruz de guía iluminaban tenuemente la estrecha calle a oscuras. El cortejo de la cofradía estaba compuesto, mayoritariamente, por los niños del barrio. La foto nos conmueve por su extrema sencillez y humildad; porque esos pocos "locos" que eran capaces de sacar un paso de gloria a finales de noviembre en un barrio de Sevilla, con la mayoría de los enseres prestados por otras hermandades y sin intención de movilizar a las masas ni de vanagloriarse de sus posesiones, guardaban como oro en paño el fuego esencial capaz de alumbrar, casi sesenta años después, a una hermandad señera del barrio de San Marcos, como es la hermandad de los Servitas. Esa es la llama, el fuego y el sentido que no debería perder jamás la Semana Santa de Sevilla, aunque desaparecieran la mitad de los espectadores actuales; porque cuando uno no sabe adónde va, ni con quién va, siempre acaba perdido sin remedio.



martes, 22 de julio de 2025

Cómo moverse por el blog. Guía de usuario.

 

 

Para aquellas personas interesadas en el presente blog les sugerimos las siguientes orientaciones para navegar a lo largo de sus casi 300 entradas:

 

1. Las entradas están organizadas cronológicamente abarcando desde el año 1967 hasta el año 1991, siguiendo siempre el orden de las carpetillas de negativos que fechó y numeró el fotógrafo aficionado.

 

2. A su vez, cada entrada está etiquetada con distintas temáticas (costaleros, Servitas, vida cotidiana, etc.) y, por lo tanto, se pueden ver agrupadas cliqueando en cada una de las etiquetas que aparecen en la banda derecha del blog.

 

3. También se han realizado entradas específicas seleccionando las mejores fotografías correspondientes a cada año, si bien, recomendamos ir a las entradas generales porque no siempre la selección realizada ha de coincidir con los gustos o intereses de cada usuario del blog. 

 

Finalmente, queremos agradecer a todos los visitantes del blog el interés que muestran por el conocimiento de unos tiempos y unos barrios de Sevilla que, a pesar de no haber transcurrido tantos años, suelen ser muy desconocidos para la mayoría. Además, del homenaje indirecto que le hacen al trabajo de un fotógrafo aficionado, Pío R. Lledó, que con tanto esfuerzo y voluntad dejó constancia de ello para las generaciones venideras.

                                    

                                                            El monaguillo



lunes, 30 de junio de 2025

Agradecimientos.

 

 

A mi mujer, Angustias Chía Trigos, sin cuyo impulso, ánimo y ayuda continuos hubiera sido imposible culminar esta obra tantos años postergada. Además, le pidió a los Reyes Magos que me echaran una digitalizadora de negativos, lo que facilitó enormemente la tarea.

 

Al extraordinario fotógrafo y amigo Jaime Rodríguez, por su asesoramiento y apoyo en algunos temas profesionales y que tuvo a bien la publicación, en el número 18 de la revista Nazarenos, de una foto de mi padre.

 

 

 

 

Y a mi padre, al que lamentablemente no supe reconocer en vida el extraordinario trabajo que realizó y su compromiso con el arte y la cultura popular, a pesar de las dificultades con las que tuvo que luchar desde que nació.

 

 

 

viernes, 27 de junio de 2025

Epílogo III. Pío Ramón Lledó Carpena.

 

La vida de toda persona se asemeja a un negativo claroscuro compuesto de luces y sombras. Pío R. Lledó no fue una excepción, pero sus luces redimen con creces a sus sombras. Huérfano de padre desde su nacimiento, allá por 1930, padeció una infancia y adolescencia de graves carencias materiales y afectivas causadas por lo estragos de la cruel guerra civil española y por la situación desesperada de una madre sola a cargo de tres niños, de los cuales, Pío era el más pequeño. Su padre, Genaro, valenciano, era maestro nacional por oposición destinado en Sevilla, y ella, Apolonia, era una joven murciana que enviudó antes de dar a luz.

A pesar de ello, siempre lo acompañó una gran afición por la pintura, la lectura, el teatro y, finalmente, por la fotografía. Aficiones que cultivó y mantuvo a lo largo de su vida, sobre todo la fotografía que, en aquellos años sesenta del siglo pasado, resultaba ser una afición muy costosa para una economía familiar apretada, por lo que se vio obligado a financiarla con esporádicos reportajes de bautizos, cumpleaños, comuniones o bodas.

Autodidacta alimentado por una curiosidad y voluntad inagotables aprendió los rudimentos de la mirada fotográfica y del revelado de negativos y su positivado. Nunca formó parte de círculos fotográficos, escuelas o tendencias de época. Fue un aficionado intuitivo y singular en todo lo que hizo y conformó una colección de miradas a su alrededor que lo hacen único y vivo.

Tenía alma de artista. Mi padre.

 

 





Mi padre con 39 años



¡Y ahí queó!

 

Epílogo II. Las dos fotos del final de una vida. Primavera, 1991.

 

En el extenso archivo de negativos fotográficos de Pío R. Lledó, que comprende desde el año 1967 hasta principios de 1991 -más de 4.000, de los cuales unos 3.000 se han seleccionado para las casi 300 entradas que componen este blog-, dos fotos señalan el final de una afición, el final del fotógrafo aficionado, el final de una vida. 

La primera, la de su queridísima Virgen de las Aguas de la Hermandad del Museo. Su primera hermandad, su primera devoción, en cuyo paso llegó a salir de maniguetero para cambiar ese codiciado puesto por el de "pavero" -nazareno que va al cuidado de los pequeños monaguillos (pavos) que acompañan a la Virgen delante del paso- con el fin de estar con su hijo. Sin duda, uno de los más bonitos actos de amor y generosidad que tuvo a lo largo de su vida. Lo que motivó que ese pequeño monaguillo heredara su devoción por la Semana Santa de Sevilla en general, y por la Virgen de las Aguas y el Cristo de la Expiración, en particular.

 

 


 

La segunda, la Piedad Servita, la de Nuestra Señora de los Dolores y el Cristo de la Providencia, la foto de los titulares de la hermandad de su barrio de San Marcos, su otra devoción cofrade. Una hermandad, la de los Servitas, a la que acompañó desde su inicios hasta el fin de su vida, ya lejos del barrio, y de la que documentó, como hemos ido mostrando a lo largo de este blog, los primeros años de su existencia como cofradía. 

Pero, en este caso, la Piedad Servita simboliza, para el fotógrafo aficionado, el amor no sólo por su hermandad sino, también, el amor por su barrio, por sus vecinos, por sus amigos, por sus fiestas, por sus bares y tabernas, por la vida cotidiana que impregna y vivifica toda su producción fotográfica: la Sevilla de Pío Lledó, la de los barrios populares del centro histórico -San Marcos, San Julián, Santa Catalina, Santa Marina, San Gil...- la Sevilla de los años sesenta y setenta, una memoria gráfica que va de lo particular a lo general, de lo pequeño y humilde a lo más grande y eterno, una vida que queda así fijada y transmitida a las generaciones futuras por un simple fotógrafo aficionado, para que nunca la/o olvidemos.

Otro gran acto de amor y generosidad del que, seguramente, el fotógrafo aficionado nunca fue plenamente consciente a lo largo de su vida.


 


 

 

Epílogo I. Las últimas fotos. 1991.

 

En la primavera de 1991 toma sus últimas fotos el fotógrafo aficionado. Recluido en su casa, registra una serie que documenta los escenarios donde transcurre su vida diaria. Quizás al ordenar pulcramente sus habitaciones y sus objetos personales trata de limitar el desconcierto de los últimos años de su vida. Un grito silencioso que busca la paz interior a falta de comprender su soledad y el abandono de sus dos grandes pasiones: la fotografía y la Semana Santa de Sevilla.

 

 


Premonitorio autorretrato del fotógrafo aficionado





 

 

 














 

 

 










A modo de altar familiar, el fotógrafo aficionado ordena su vida disponiendo los objetos como una forma mágica de encontrar sentido a toda una vida y en la que un pequeño monaguillo permanece ocupando un discreto rincón




Pero la realidad desnuda es mucho más prosaica que las disposiciones mágicas de objetos. Quizás, en sus fotos, el fotógrafo aficionado es capaz de no traicionarse ni mentirse, porque nadie sabrá nunca qué fantasmas, qué fotos imaginadas o qué fracasos amenazantes formaron parte del final de una vida dedicada a ver la realidad a través del visor de una cámara para recrearla, a gusto, en la oscuridad de su precario laboratorio fotográfico, único lugar, quizás, donde realmente se sentía plenamente realizado y feliz.