viernes, 8 de agosto de 2025

Fotografía del mes. Noviembre de 1967.

 

Empezamos una nueva sección mensual dedicada a realizar comentarios de algunas fotos del fotógrafo aficionado con el fin de facilitar una mirada más reposada del pasado. Una mirada hacia atrás, sí, pero no con la intención de evocar nostalgia sino, justo al contrario, para hilar reflexiones sobre el presente y el futuro. Para mirar hacia delante.

Comenzamos con una foto correspondiente al año 1967.

 

 

Noviembre de 1967. Cruz de Guía de la procesión de gloria de la Virgen de la Soledad de la Hermandad de los Servitas adentrándose por la calle Enladrillada del barrio de San Román.

 

En aquel invierno de 1967 aún gobernaba Franco en España. Era oscuro invierno en todo el país. Por entonces, las calles del centro histórico de Sevilla aún no gozaban de buena iluminación. Mis recuerdos infantiles de aquellos inviernos suelen estar teñidos de frío, oscuridad y humedad; de charcos, adoquines, solares en ruinas, tierra baldía y jaramagos; pero también conservo recuerdos de jugar a las bolas o a la lima en los arriates de la Plaza de Santa Isabel, o al fútbol en la calle Vergara, de las rodillas desolladas, del fuerte olor de los impermeables de plástico azul plomo, de los zapatos Gorila de los Almacenes Lirola -con su pelota verde de regalo-, de las botas negras de goma en los días lluviosos, de calcetines mojados y de comer picatostes calentitos espolvoreados con azúcar que había hecho mi madre mientras ella cosía escuchando la novela de la radio, los dos arrimados a la copa de cisco picón que se escondía bajo las faldas de la mesa camilla. Aún con todo lo que llovía fuera, éramos felices o creíamos serlo, pese a las estrecheces, no sólo de calles como la de la foto, sino sobre todo económicas y sociales.

Hoy muchos temen una Semana Santa con poca gente en las calles, como nos muestra la foto, y hacen todo lo posible por agrandarla, que no engrandecerla. Pero, nosotros, niños de entonces, ya la vivimos así en la década de los cincuenta y sesenta y setenta del siglo pasado; y la disfrutamos, por cierto. Por eso, muchos, quizá los más viejos, sentimos una resignada desazón, justo por lo contrario, es decir, por la actual masificación y turistificación que sufre; por una Semana Santa concebida como parque temático, vendida al mejor postor y con graves pérdidas de lo que creo es su significación religiosa, espiritual, identitaria y artística. Para los que nacimos en aquellos años, la Semana Santa es más una celebración personal e íntima que se vive en familia y rodeado de amigos y de gente, antes que un espectáculo mediático o de masas; sostenemos aún una visión más provinciana, si lo quieren, pero probablemente más próxima de sus raíces y del sentido de la medida que toda celebración popular debería tener so pena de desnaturalizarse, mutar sin sentido y convertirse en algo indeseable. Y eso que, entonces contaba con muchos menos recursos y poseía un menor esplendor que la actual; eso sí, sin desdeñar la excelencia que siempre tuvo en muchos aspectos. La cantidad, en estos casos, suele ser enemiga de la calidad y de la excelencia. No hay más que ver en qué se ha convertido la TV para los que nacimos sin pantallas en nuestras casas.

Sí, también era una Semana Santa con problemas, pero de otro tipo: oscurantismo, ignorancia, escasez de medios, mojigatería o hipocresía social, entre otros. No todo pasado fue siempre mejor pero, en algunos aspectos, sí que lo fue, y sería afortunado poder recuperarlos. Aunque no tengamos mucha esperanza en ello, lamentablemente.

Volviendo a la foto seleccionada, en noviembre de 1967, haciendo honor a su advocación, la Soledad Servita iba casi sola bajo la fría y húmeda noche sevillana. Pero iba muy bien acompañada de sus hermanos, devotos y vecinos del barrio. La cruz de guía iluminaba escasamente la estrecha calle a oscuras. El cortejo de la cofradía estaba mayoritariamente compuesto por los niños del barrio. Pero esos pocos "locos" que sacaban un paso de gloria prestado a finales de noviembre, entre tanta oscuridad y escasez, guardaban como oro en paño el fuego que alumbraría, casi sesenta años después, a una hermandad señera del barrio de San Marcos, como es la hermandad de los Servitas. Esa es la llama, el fuego, la esencia y el sentido que no debería perder jamás la Semana Santa de Sevilla, aunque desaparecieran la mitad de los espectadores actuales; porque cuando uno no sabe adónde va, ni con quién va, siempre acaba perdiéndose sin remedio.



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