sábado, 13 de julio de 2024

Pico y pala. La Sevilla de los derribos y socavones. 1971.

 

A principios de los años 70, los barrios populares del centro de Sevilla seguían en proceso de reconstrucción, de lenta reconstrucción. Existían numerosos derribos, y otras casas que amenazaban ruina anunciaban nuevos derribos y solares poblados de jaramagos, charcos y animales diversos, insectos y ratas sobre todo. Un ecosistema propio y propicio para la caza con tirachinas y la recolección de bichos que ponían de los nervios a nuestras madres.

Para los niños de esos años, los solares y las casas abandonadas eran lugares atractivos para inventar cualquier aventura callejera, aún muy lejos -menos mal- de las pantallas y los móviles que nos atornillan hoy a las sillas sin apenas tregua. Éramos niños callejeros del centro de Sevilla, con juegos de calle a la que salíamos invariablemente después de hacer los "deberes", para jugar a piola, a la lima, al fútbol, a policías y ladrones, al cielo voy, a las canicas, al juego de estampitas de jugadores de fútbol, a la comba, al elástico, a cazar "zapateros" con caña y a un largo etcétera. Juegos que nos permitían la pedantería de "socializar" con niños de nuestra edad o incluso mayores, y también con niñas, claro está, además de hacer ejercicio físico, porque aquellos niños y niñas nos movíamos mucho más que los de ahora y no permanecíamos sentados más de lo necesario.

A su vez, facilitaban conocer la ciudad, sus calles y sus gentes: las de los barrios próximos e incluso de los más alejados: la siempre atractiva y peligrosa Alameda de la época, San Lorenzo, la Macarena, calle Feria, la Alfalfa, el Arenal, San Julián o el centro histórico aún propiedad de los sevillanos y no de los guiris.

Vaya esta fotografía como recuerdo de esa Sevilla de solares y socavones que se trasladaban de una calle a otra sin descanso y de aquella infancia que jugaba en las calles como si fueran suyas, sin necesidad de meterse en corralitos acolchados de colores. Y es que, en aquellos años, abundaban los chichones y las postillas permanentes en rodillas y codos. Y a pesar de todo, -por lo que se ve "milagrosamente", si lo comparamos con la infancia-cristal de hoy-, logramos sobrevivir sin darle mayor importancia.

 


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