La calle Santa Paula, del barrio de San Marcos, es una de las más bellas del centro de Sevilla, un barrio popular tantos años maltratado. Comenzaba, en aquellos 70, en la animada Plaza de San Marcos, circundada de bares y de tiendas, a la sombra de la parroquia gótico-mudéjar del mismo nombre y bajo la mirada de su esbelta torre, humilde hermana pequeña de la Giralda. Surcaba bordeando la coqueta Capilla de Nuestra Señora de los Dolores, sede de la Hermandad Servita para, a continuación, detenerse en la recoleta Plaza de Santa Isabel, uno de los rincones más bellos y desconocidos de Sevilla, presidida por la imponente portada de piedra del Convento de Santa Isabel, asomada a su fuente central, donde los niños cogíamos zapateros (nombre que le asignábamos a las libélulas rojas) poniendo cañas sobre los charcos refulgentes al sol del verano. Continuaba, camino de la parroquia de San Julián, por la estrechura donde vivían nuestro fotógrafo aficionado y el monaguillo que les habla y, al entrar en la calle en sombra, allá a lo lejos, siempre nos deslumbraba la airosa espadaña del Convento de Santa Paula, joya del arte sevillano, donde los niños podíamos adquirir dulces, sobre todo su deliciosa mermelada de naranja "Ora et Labora". Finalmente, desembocaba en la calle Enladrillada, serpiente larga y angosta que enlazaba la Plaza del Pelícano con la parroquia de San Román. No se le puede pedir más arte, belleza y sevillanía a poco más de cien pasos de calle, mi calle Santa Paula.
En las fotos, la primavera sevillana inunda de sol claro el mediodía del barrio de San Marcos, y la solitaria calle Santa Paula mira asombrada a la espadaña del Convento que le da nombre. La textura de sus muros desconchados expresan el olvido de un barrio que ofrece su piel torturada al devenir del tiempo de los hombres.
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